Línea Proletaria

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lunes, 19 de noviembre de 2012

(R.P.) "A vueltas con Carrillo: El PCE y el revisionismo en el MCI"

Publicamos este artículo de REVOLUCIÓN PROLETARIA que realiza un análisis sobre la línea del PCE y el MCI rebasando el debate sobre individuos concretos, que tan sólo al capital y sus acólitos interesa realzar (positiva o negativamente) para ocultar o rasgar, la lucha de clases, los intereses que genera ésta y, en última instancia, los resultados que de su comprensión y reconocimiento se obtienen: la necesidad del partido revolucionario y la dictadura revolucionaria del proletariado.

A VUELTAS CON CARRILLO: EL PCE Y EL REVISIONISMO EN EL MCI


Los voceros del capital y el adiós a Carrillo

En septiembre, asistimos a uno de esos momentos en los que la burguesía, a coro, se lamenta por la pérdida de uno de los suyos. Carrillo (Santiago) se murió. Todos los representantes del régimen, desde los electos derechosos hasta la inteligentsia de la izquierda, se unieron para dar el último adiós al finado. La televisión pública volvió a mostrarse como un NODO parlamentado en donde, como en cualquier otro de los organismos de la dictadura del capital, las distintas facciones de la clase dominante dirimen democráticamente como van a realizar su propaganda. Y con este muerto no hay dudas: político de inusitada envergadura que supo medir las dificultades de su tiempo y velar por los intereses de la nación, para dotar al conjunto del pueblo español de otros 40 años de paz y concordia, como gesta reconciliatoria en que ha de acabar el currículum de todo luchador que quiera ser llorado por un rey.
Cualquier acontecimiento en una sociedad divida en clases se torna en político y, qué duda cabe, ante el adiós de Carrillo los portavoces de las distintas corrientes políticas que atraviesan a los “movimientos de izquierdas” han tomado palabra. Algunos han hecho un “balance crítico” de la vida del ex contertulio del grupo PRISA, concluyendo que, a fin de cuentas, Carrillo es de los de abajo, del pueblo, de “los nuestros”1. Llama la atención como machaconamente, a través de los “huecos” que “les deja” el sistema, los representantes de la pequeña burguesía, que busca reedificar su discurso democrático, intentan pasar sus intereses por los del proletariado. Si bien esta situación responde a un marco social y político enraizado en los orígenes de la misma clase obrera como sujeto político envuelto en las contradicciones de la sociedad en donde trabajo y capital son la partera de lo existente: Cuando la burguesía accedió al Poder durante el siglo XIX su revolución implicó, de forma expansiva, al conjunto de las clases que la auparon a clase dominante. El proletariado sirvió como arma entre las disputas de las distintas fracciones de las clases burguesas en toda Europa hasta que no alcanzó a comprender, a través de la acumulación de su propia experiencia, que era una clase con intereses propios que podía llevar a cabo su Revolución. Esto confinó al proletariado al marco programático de la pequeña burguesía radical en toda una época iniciada en 1789 y que empezaría a perder su sentido histórico a medida que el proletariado se confirmaba como clase independiente (desde la Revolución de 1848 hasta la Comuna de París). Período de maduración que culmina con la sintetización teórica de la experiencia práctica de la lucha de clases acometida por los marxistas revolucionarios rusos, que se enfrentarán desde un punto más elevado a su realidad concreta al extraer las conclusiones universales de la experiencia del movimiento obrero europeo: la necesidad del partido obrero de nuevo tipo.
Entre la oferta política actual se encuentran las terceras repúblicas, los proyectos constituyentes, las democracias participativas y toda suerte de titulares que pretenden devolvernos a la época en que el proletariado era el ala radical de los movimientos democrático-burgueses, con la “novísima” excusa de sostener el bienestar a través de un Estado garantista que defienda la igualdad, la libertad y la fraternidad. Bonitas armas anti-feudales con las que la radicalidad del sistema se atreve a tildar a la dictadura del proletariado y al marxismo de antiguallas.
De quienes gestionan este país y de los que están agazapados a su izquierda preparando la “syrización” de la política estatal han venido loas de distintos grado hacia nuestro protagonista, de tal modo que han plasmado en ellas su punto de vista de la realidad: la historia la hacen los individuos; línea argumental de lo que significa el culto a la personalidad, que desde un punto de vista marxista significa elevar a individuos por encima de los intereses sociales de los que eran portadores para, en última instancia, negar las contradicciones de clase (como hecho objetivo) y rebajarlas a confrontaciones entre sumas de individuos. Se olvidan estos cuentacuentos que la lucha de clases encumbra a individuos, más éstos solo representan los intereses de una clase social porque surgen en una determinada época de la historia que los condiciona y en donde la lucha de clases, por ser motor de la historia, los lleva a uno u otro lado de la barricada. Carrillo, por supuesto, es un enemigo de los asalariados, pero es inconcebible pensar en Carrillo como individuo por encima de las clases sociales y portador de unos determinados intereses de clase que se transcriben socialmente en forma de programa político.
Pero este modo de operar nos lo encontraremos siempre al repasar la historiografía burguesa (en la que incluimos a anarquistas, trotskistas y revisionistas “ortodoxos”). ¿Qué pasa cuando se habla de la Unión Soviética? Que se reduce la lucha de clases a una lucha interpersonal (entre Stalin y Trotski, durante los años 20) o a las decisiones de un pequeñísimo grupo (en la cúspide y a la vez sin relación alguna con el resto del conjunto social) que “deformaría” al Estado Soviético: lo dicen los trotskistas para explicar la derrota de su líder; lo dicen los anarquistas para explicar la inoperancia de sus predecesores en la Revolución Rusa; lo dicen los revisionistas “ortodoxos” para definir todo el proceso de lucha que se encumbró, para desgracia del proletariado, en el XX Congreso del PCUS. 

El PCE y el camino hacia la “transición”

Volviendo a don Santiago y su adiós. ¿Qué es lo que debe surgir de las filas del comunismo ante este acontecimiento? Sobre su figura se ha dicho tanto, desde todos los puntos del mapa político, que al menos hemos de plantear una reflexión colectiva que nos sirva para analizar el desarrollo histórico del MC en España pero, por supuesto, para ello habrá que superar con creces la vida de este señor.
Es cierto que Santiago Carrillo fue una de las principales figuras del PCE a lo largo de su historia y por ello su vida es tan controvertida como la del mismo partido, que empezó siendo la sección española de la Internacional Comunista, faro de la Revolución Proletaria Mundial, y terminó como baluarte de las aspiraciones imperialistas del capitalismo español.
Iniciado en la organización juvenil del PSOE, Carrillo no encuentra dificultades en convertirse en dirigente de las JSU para luego encaramarse al PCE. Acabada la guerra es cuando Carrillo se erige en pieza clave para el PCE, pues se le encarga la tarea de organizar al Partido en España. Una época dura en que los militantes antifascistas trabajan en la clandestinidad y donde cualquier obrero podía ser prendido y asesinado por la policía fascista. En el Movimiento Comunista Internacional se estaba desarrollando, aunque en forma solapada, la lucha de dos líneas que, precisamente, va a significar la antesala del ya mentado Congreso del PCUS. Los partidos comunistas occidentales están embarcados en la suicida alianza con la burguesía monopolista (en Francia e Italia)2 siguiendo las pautas que dejó escritas la IC (gobiernos de unidad nacional):
La guerra mundial desencadenada por los hitlerianos ha agudizado aún más las diferencias en las condiciones de los distintos países, trazando una línea divisoria profunda entre los países que se convirtieron en portadores de la tiranía hitleriana y los pueblos amantes de la libertad que se unieron en la poderosa coalición contra Hitler. Mientras que en los países del bloque hitlerista la tarea básica de los trabajadores y todas las personas honestas es contribuir en todas las formas imaginables hacia la derrota de este bloque, al socavar la maquinaria de guerra hitleriana desde el interior, ayudando a derrocar a los gobiernos responsables de la guerra, en los países de la coalición anti-Hitler, el deber sagrado de las más amplias masas del pueblo, y en primer lugar de los trabajadores progresistas, es apoyar en todos los sentidos a los esfuerzos de guerra de los gobiernos de esos países por el bien de la rápida destrucción del bloque hitlerista y asegurar la colaboración amistosa entre las naciones sobre la base de la igualdad de derechos”. Comunicado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista presentado a las secciones nacionales en Mayo de 1943. (Una vez recibido y aprobado este comunicado por las secciones nacionales, la Comintern se autodisolvió. Entre quienes apoyaron esta decisión estaba Dolores Ibárruri, representando al PCE).
El comunicado sigue, designando la tarea de llevar a cabo la lucha armada en los países “hitleristas”. Pero acabada la II Guerra Mundial las organizaciones armadas se convierten en un problema para las direcciones de los países vencedores que han de presentarse ante la burguesía internacional como “partidos de gobierno” o Estados aliados. Y este hecho embarga al conjunto del MCI: El Ejército Democrático Griego (1946-49), organismo generado por el KKE, se queda sólo en su lucha contra el imperialismo angloamericano y el gobierno burgués (con el que intentó una alianza multitud de veces antes de ser empujado a la guerra civil). Los cuadros comunistas que comandaron al pueblo griego en su guerra serían purgados, ya en el preludio de 1956, por el revisionismo soviético (PCUS) y el heleno (KKE), acusados de “izquierdistas” y “agentes alemanes”3. Las agrupaciones guerrilleras en España significan la persistencia del conflicto armado y el PCE quiere presentarse ya como el lapidador de toda herida abierta por la guerra civil en aras de crear un gobierno de unidad nacional contra Franco (consigna ya esgrimida durante la Guerra, mantenida tras el golpe de Casado y que tomará nueva forma tras el fin de la IIGM):
La política de Unión Nacional preconizada por el PCE se basaba en el hecho de que la gama de las fuerzas opuestas a la política franquista de apoyo al hitlerismo, era más amplia que la de las fuerzas que habían luchado por la República. Existía la posibilidad de un reagrupamiento de las fuerzas políticas que, poniendo fin a la división abierta por la guerra civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores que antes la habían apoyado, pero que en 1942 se pronunciaban en favor de la coalición antihitleriana y de la neutralidad española.” Historia del Partido Comunista de España4
La dirección del PCE en aquel entonces no hace más que seguir las directrices que predominan en el MCI. Con el “viraje” de 19485 liquida la lucha armada y aborda la tarea de infiltrarse en el sindicalismo vertical para contactar con las masas. Tras años trabajando, sin resultados notorios, con la política de Unidad Nacional, se pasa a la tesis de la Reconciliación Nacional aprobada por el Comité Central (en 1956, cuatro años antes de que Carrillo sea designado secretario general en el VI Congreso del Partido):
“…el Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco. (…) Existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos” Declaración del Partido Comunista de España “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español” Junio de 1956
Una política que definitivamente tiró por la borda la lucha de clases, además de presentar un análisis sesgado de la realidad española, donde según el PCE, apenas una vieja camarilla ligada a Franco estaría beneficiándose del régimen, lo que posibilitaba la creación de ese frente interclasista.6
En este sentido abría que apuntar que el fascismo se caracteriza, más allá de sus vestiduras, por centralizar el poder de la clase dominante en un aparato corporativista, reconduciendo todas las formas de representación social a través del Estado burgués sin “sociedad civil” ajena a ese cuerpo, como sucede bajo las dictadura parlamentaria. Este papel corporativista se imbricó durante un largo período a través de la Falange y el sindicato vertical. Claro está, esto hacía que en el Estado español las contradicciones en el seno de la clase dominante hiciesen temblar al régimen fascista en donde la composición clasista del poder era más rígida y estática, ofreciendo menos posibilidades tácticas a la fracción dirigente (amparada sin fisuras, eso sí, por el corpus central del Estado: el Ejército). Frente a la flexibilidad parlamentaria que permite a la burguesía mejorar su máquina política para solventar las contradicciones “de arriba” democráticamente y no mediante la imposición directa de uno u otro sector, ya fuesen, durante el régimen fascista, los falangistas, los militares o los tecnócratas del Opus. No obstante esta nota sobre el adelanto que supone para la dictadura del capital el régimen parlamentario está más que señalada por Lenin en “El Estado y la Revolución” cuando trata la cuestión de la “república democrática” burguesa:
“La omnipotencia de la "riqueza" es más segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este Poder.”
El desarrollo de la lucha de clases en el Estado español también nos ofrece esta conclusión. La transición, más allá del “mito fundacional” que han creado a base de invertir millones en tinta para los escribanos del régimen constitucional (una vez más expuesto en el episodio Carrillo) supuso el paso, bien marcado y delimitado, de la burguesía monopolista española junto a los sectores en que se sostenía (Ejército, Iglesia...) hacia un régimen más abierto en el que la democracia, como poder de dictar y ejecutar programas políticos, contase con las burguesías periféricas, la pequeña burguesía y la aristocracia obrera, al estilo de los parlamentos de Europa occidental, para facilitar la paz social y un mercado interno “activado” por el Estado pero gestionado por los distintos estratos del capital. Esta nueva correlación de fuerzas permitía al capital español desarrollarse, en aras de convertirse en potencia imperialista (dejar de ser país receptor de capitales para ser exportador) dentro de los límites marcados por la Comunidad Económica Europea.
Nos devuelve este repaso a 1956 para ver mejor que lo que proponía el PCE era una engañifa desde el punto de vista revolucionario; una buena maniobra desde el punto de vista reformista para postular al PCE (como así ha acabado, aunque por debajo de las expectativas que tenían Carrillo y compañía) como gestor de la dictadura de la burguesía bajo las condiciones de un régimen parlamentario. 

El revisionismo en el MCI

Insertada la historia del PCE en la del MCI podemos valorar que no son ni un líder, ni unos dirigentes descarriados los que imponen la política revisionista en el PCE. También observamos que no es ante la elaboración de la Constitución del 78 o ante los Pactos de Moncloa cuando el PCE da “el paso atrás” con la famosa rueda de prensa bajo la bandera monárquica y las consecuentes “anécdotas” que se sucedían con los “cordones de seguridad” del PCE cada vez que aparecía en sus manifestaciones una bandera tricolor que, a modo de risa, tuvo su hueco en la capilla ardiente del ex secretario general.
Pero desentrañemos algo más la cuestión para interesarnos, más allá de la biografía de algunos individuos, por las causas que llevaron a que la línea revisionista vertebrase, para liquidarlos, a los partidos nacidos un día de la Internacional Comunista y que terminaron por convertirse en su contrario para ser aparatos al servicio de la reacción.
De forma principal, aunque no absoluta, está la cuestión ideológica. La clarificación ideológica en las secciones de la IC venía dada por los bolcheviques que fueron los impulsores del deslindamiento, primero en Rusia y luego a nivel internacional, con la vieja socialdemocracia, que se coronaría con la constitución de la Internacional de nuevo tipo, la Comintern. Las diferencias teóricas con la socialdemocracia donde eran detectadas por las bases de los partidos comunistas era en lo político: democracia burguesa o dictadura del proletariado. Sin duda una diferencia nada baladí y que permitía, desde ese elevado punto de discusión, descender a la problemática de cómo llevar a cabo las tareas de la Revolución Proletaria (debate sobre sindicatos, parlamentos, cuestión nacional, clandestinidad, lucha armada, etc.)
En el desarrollo de la lucha de clases, en forma de lucha de dos líneas, en el seno del partido soviético, vanguardia del proletariado mundial a través de la Comintern, se abre camino la tesis sobre el fin de la lucha de clases en la URSS (el arduo período de guerra de clase abierto contra los kulak cicatriza con la Constitución Soviética de 19367). Esta postura revierte en el contexto internacional, a través de las tesis del frente popular (en 1935 Dimitrov, en el VII Congreso de la IC, viene a validar en el plano teórico lo que ya era realidad en varios países, el acercamiento a la socialdemocracia para luchar contra el fascismo. En Francia el PCF converge con el partido socialdemócrata, la SFIO, y sectores de la burguesía radical para enfrentar al fascismo). La enorme falla política que distinguía al comunismo de la socialdemocracia empequeñece. Se abre la puerta a la teoría sobre etapas intermedias (parlamentarismo “de nuevo tipo”)8 entre la dictadura del capital y la dictadura revolucionaria del proletariado. Las organizaciones comunistas acceden a perder su independencia en el plano político (a nivel partidario, con el modelo de la JSU o el PSUC; a nivel gubernamental con las políticas colaboracionistas de Italia, Francia, etc.) y en el militar (El Quinto Regimiento ingresa en el Ejército Republicano. El Ejército de Liberación Griego que combatió la invasión alemana es disuelto por el Partido; más tarde el propio KKE se verá obligado a crear el Ejército Democrático durante la guerra civil. La Svolta di Salerno del PCI desarma a los partisanos italianos, etc.). Y con este nuevo período en que el interclasismo ocupa los programas de los partidos comunistas, el énfasis se centrará en las cuestiones de índole organizativo cayendo en el organicismo que posibilitará a las direcciones entregadas al revisionismo manejar a su antojo los aparatos de los partidos, máxime, ante las dificultades que la burguesía pone a los comunistas para que realicen sus reuniones (aunque esta no sirve de excusa, pues los revolucionarios rusos conformaron su movimiento político en medio de un Estado autocrático. Y nunca jamás la burguesía permitirá que una organización revolucionaria lleve su vida “con normalidad”).
Organicismo y burocratismo propios de las organizaciones de viejo tipo y que son el justo correlato a la derrota de la línea revolucionaria en los partidos comunistas y que explican como los destacamentos anti-revisionistas que se desgajan de los partidos oficiales los forman grupos minoritarios ya que las amplias bases militantes, “por disciplina”9, se mantienen en la estructura orgánica original a pesar de ser ésta ya un arma al servicio de la burguesía: es la falta de claridad ideológica y el organicismo que envuelve a ésta la que determinaron el desarrollo del MCI. Esto trasluce en el seguidismo que los partidos comunistas realizan a las tesis del PCUS, como quedó sentado en la Conferencia de los 81 Partidos Comunistas y Obreros de Moscú, en 1960. Seguidismo que se trasladó a los contextos nacionales donde las escisiones “pro-albanesas” y “pro-chinas” apenas tendrían recorrido, con independencia de la justeza de sus críticas al revisionismo soviético. Es más, las críticas, al menos en Europa, por donde tendrán cierta incidencia será por la derecha con las tesis eurocomunistas, las cuales, no implicaron ningún cambio cualitativo con respecto a las del “campo del Este” (abandono de la dictadura del proletariado, de la necesidad de la violencia como partera de la revolución, del internacionalismo proletario, etc.) y que tan solo suponían el encajonamiento de la línea revisionista (dirigir estados burgueses) a las particularidades de la Europa occidental donde el revisionismo, en vez de estar instalado en el centro político del Estado, era sólo un puntal de los regímenes parlamentarios de la burguesía monopolista. O aspiraba, como en España, a serlo:
El testamento que Togliatti lega al PCI y que hace suyo la dirección del PCE se puede resumir en los siguientes aspectos: reformas no reformistas, satisfaciendo las reivindicaciones obreras más inmediatas en un plano de desarrollo económico alternativo al capitalismo como forma y medio para alcanzar el socialismo; todo planteamiento de socialismo estará ligado a una concepción pacífica del mismo; la lucha por la democracia plena se convierte en el principal objetivo de los comunistas, ya que el capitalismo siempre va ligado a tendencias antidemocráticas…” Amadeu Sanchís i Labiós “Influencia del PCI sobre el PCE al final del franquismo. Utopías/Nuestra Bandera Nº 200. VOL. II/2004

Caracteres, como decimos, que ya habían sido plenamente asumidos por la mayoría del MCI: parlamentarismo, sindicalismo, vía pacífica al socialismo, etapas intermedias…
“la clase obrera, uniendo en torno suyo a los campesinos trabajadores, a los intelectuales, a todas las fuerzas patrióticas, y dando una réplica decidida a los elementos oportunistas, incapaces de renunciar a la política de conciliación con los capitalistas y los terratenientes, puede derrotar a las fuerzas reaccionarias, antipopulares, conquistar una sólida mayoría en el parlamento” Nikita Jruschov, Informe del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética ante el XX Congreso del Partido, febrero de 1956.
Comprender el desarrollo del movimiento comunista internacional no puede limitarse a observar la historia como un conjunto de sucesos aislados. Los avances y los retrocesos de nuestro movimiento, durante todo el siglo XX, han de ser observados en el contexto de la lucha de clases internacional y nacional, partiendo del corpus ideológico del que se alimentó el movimiento comunista para poder convertirse en la avanzada de la revolución mundial y guía de todos los procesos de liberación que ha emprendido la humanidad desde la Revolución de Octubre. Si centrásemos nuestro análisis en unas cuantas figuras (como Carrillo) y las tomásemos aisladas del proceso histórico y político en el que actuaron no podríamos avanzar en la lucha por comprender las contradicciones que hoy atenazan al comunismo.
En este texto se han resaltado algunos de los resultados de la línea revisionista que se erigió en mayoritaria en el MCI y que aún persiste. Pero entendemos que realizar un balance de la experiencia histórica implica no simplemente resaltar los problemas y efectos que se tradujeron en línea política del MCI, sino acudir a sus causas que son, en última instancia, las bases ideológicas sobre las que se formuló nuestro movimiento, nacido de la pugna del marxismo con las tesis economicistas y metafísicas que pudrieron a la II Internacional.
REVOLUCIÓN PROLETARIA
OCTUBRE 2012
Notas

1 Ver, por ejemplo, “El último secretario general”, artículo de Pablo Iglesias, publicado en Público.es el 18/09/2012

2 También esta situación se da en América: “Por ejemplo, en 1946, el Partido Comunista de Chile apoyó al Partido Radical, un partido burgués, en la consecución de la victoria en las elecciones, y se formó un gobierno de coalición con participación de los comunistas. Los dirigentes de este partido fueron tan lejos que describieron a ese gobierno manejado por la burguesía como un “gobierno democrático popular”. Pero en menos de un año, la burguesía obligó a los comunistas a retirarse del gobierno, realizó detenciones en masa y en 1948 declaró ilegal al partido.” “La Revolución Proletaria y el renegado Jruschov”, compendio de artículos publicados por la Redacción del Renmin Ribao y la Redacción de la revista Hongqi (órganos del PCCh) en marzo de 1964. 

3 El caso más notorio es el de Nikos Zachiaradis, secretario general del KKE durante la guerra civil, que moriría en Siberia en 1973, 20 años después de ser deportado por el revisionismo soviético. El KKE ha rehabilitado su figura recientemente.

4 Esta “Historia del PCE” es un trabajo realizado por una comisión encargada por el Comité Central del propio partido y que fue publicado en 1960 por Éditions Sociales, en París. Esta obra puede consultarse fácilmente, ya que está disponible en internet. 

5La aprobación de la nueva táctica en 1948 inició un viraje en la vida del Partido; representó la superación de cierto subjetivismo que había existido anteriormente en la apreciación de algunas realidades del país, particularmente en la insuficiente apreciación de las consecuencias desmoralizadoras que la derrota había tenido en amplios sectores del pueblo, llevándoles a perder la confianza en sus fuerzas.” Historia del Partido Comunista de España, Editions Sociales, París 1960

6 “No es otro Frente Nacional, otra coalición, aunque en determinado momento pueda adquirir esas formas. Representa más: tratar de ser el comienzo de toda una transformación de hábitos y costumbres arraigados en la vida política española durante más de un siglo de guerras civiles, pronunciamientos y represión terrorista que la dictadura intenta perpetuar” Santiago Carrillo, discurso de clausura del III Pleno del CC del PCE, 1957. Citado en las resoluciones del IX Congreso del PCE (1978)

7Marx decía que para que el proletariado pueda emanciparse tiene que aplastar a la clase de los capitalistas, quitar a los capitalistas los instrumentos y medios de producción y destruir las condiciones de producción que engendran el proletariado. ¿Puede decirse que la clase obrera de la U.R.S.S. ha alcanzado ya estas condiciones de su emancipación? Indiscutiblemente, puede y debe decirse.” J. Stalin, Sobre el proyecto de Constitución de la URSS (1936)

8 Durante la guerra civil en España y sobre todo tras la II GM el Movimiento Comunista expresa constantemente la caducidad del régimen democrático burgués (por permitir al “oscurantismo” fascista su desarrollo que implicaría una regresión social) y el nacimiento de un nuevo tipo de república (tras el 18 de Julio en España) en donde la clase obrera estaría al mando del proceso “revolucionario” pero éste no estaría determinado ni por la dictadura del proletariado ni por la de la burguesía.

9 Una “disciplina” que antepone la organización a la línea política (de ahí que hablemos de organicismo) y que, lejos de haberse solventado, es una lacra que arrastra el movimiento comunista, copado por el revisionismo. Cualquiera que conozca el movimiento a nivel juvenil sabrá de numerosos grupos de militantes que “por disciplina” no critican a su organización y no son capaces de articular una respuesta al revisionismo, por claro que aparezca.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La Huelga General del 14N y la lucha de clases

COMUNICADO CONJUNTO DE LA
JUVENTUD COMUNISTA DE ZAMORA Y LA JUVENTUD COMUNISTA DE ALMERÍA

La búsqueda de la salida de emergencia que el capitalismo necesita para solventar su crisis sistémica sigue su curso. Para el gran Capital el pasillo, empedrado con millones de obreros en paro y desahuciados, hacia esa puerta llamada “crecimiento económico” se estrecha y ha de deshacerse de algunos de los sectores con los que, hasta 2008, caminó de la mano por aquel gran salón del Estado del bienestar, que era solo la dictadura del capital con rostro humano y que se sostenía sobre los pilares de la explotación de la clase obrera y el expolio, a manos llenas, de tres cuartas partes de la humanidad. Los mecanismos que la clase dominante ha activado, en forma de ajustes, muestran que el capital se ha empeñado en grabar a fuego la “marca España” sobre los trabajadores mediante esas medidas impuestas a golpe de porra en todos los rincones donde habita el proletariado y que permiten sacar pecho a los tertulianos que gobiernan el país cuando se reúnen con sus socios de la Troika y el Bundesbank.

Los “recortes” y la clase dominante

Primero ha de aclararse: el proceso de reformas de la alianza estructural, formulada en el Estado español a través de la intocable constitución y revalidada cada cierto tiempo por los “pactos sociales”, se encuadra en el nuevo esquema configurado por la burguesía española, en conexión con el imperialismo europeo, para seguir aplastando a la clase obrera. El PP no está haciendo otra cosa que seguir los pasos del PSOE (que sigue en sus trece junto a Izquierda Unida en Andalucía), porque el ataque a la clase obrera es un pacto transversal sellado por los poderes de Europa donde la única problemática está en si se va a robar al obrero con la mano derecha o con la mano izquierda. Un matiz, derecha-izquierda, que hemos de ver en el marco de la lucha de clases para saber contextualizar las reformas y no caer en los juegos del oportunismo.
La unidad temporal entre el capitalismo español y el europeo da señas de que la “soberanía nacional” no ha sido transgredida por ningún agente exógeno, como señalan desde los portavoces oficiales de la democracia hasta algunos “anticapitalistas” que definen la situación mediante la supuesta “pérdida de soberanía” del pueblo español. Esto sólo pueden decirlo aquellos que confían en que de la farsa de las urnas pueda salir alguna vez algo que para la clase obrera no sea dictadura del capital; esto sólo pueden afirmarlo los que quieren hacer creer a los trabajadores que las relaciones entre estados puede darse, bajo el capitalismo, en forma solidaria y comunitaria, y no a través de una lucha por imponer unos determinados intereses nacionales sobre otros. 
Las reformas pues coinciden escrupulosamente con los intereses del capitalismo español, y generan fricciones entre los mismos sectores que forman la dictadura del capital en el Estado español: la burguesía monopolista (el capital financiero e industrial), las burguesías nacionales (vasca, galega y catalana), la pequeña burguesía y los sectores populares privilegiados (la “aristocracia obrera”, cuyo mejor representante es el sindicalismo mayoritario). Los cambios en el sistema educativo y sanitario, en la seguridad social, en las relaciones laborales... no son otra cosa que el modo en que cristalizan ante nuestros ojos los cambios en la correlación de fuerzas dentro de esas clases que ocupan el Poder. En esto contexto la Huelga General convocada por los sindicatos mayoritarios muestra, precisamente, que esos cambios en lo alto de la estructura social, que comprometen a toda la sociedad, se cometen en medio de la lucha entre la misma clase dominante en donde la burguesía monopolista (los Botín, Ortega, Roig, etc.) hace de sus deseos ley. La Huelga General se convierte, en este marco, en un refrendo de la aristocracia obrera frente al capital monopolista, al que los comunistas no podemos acudir para apoyar al sector más crítico o radical de estos elementos con la excusa de la “unidad”, dado que la aristocracia obrera defiende intereses de clase, no solo ajenos, sino antagónicos a los de la clase obrera. Los comunistas por el contrario, hemos de movilizarnos para señalar el carácter de clase de cada uno de los actores sociales así como las verdaderas tareas que ha de acometer el proletariado consciente.
¿Por qué ahora?

Las CCOO y la UGT son la punta del iceberg de la aristocracia obrera. Son los representantes de esos sectores populares beneficiarios de la explotación del conjunto de la clase trabajadora y de los países oprimidos, que se aupó al poder en un contexto social (el de la transición) en donde la correlación de fuerzas entre las clases posibilitó que unas cuantas migajas fuesen del lado de los asalariados: por un lado estaba la necesidad, económica y política, de la clase dominante en España de abrir espacio a otras clases para gestionar el poder, a imagen y semejanza del resto de estados europeos, de otra parte estaba el movimiento obrero como sujeto desestabilizante de la reforma controlada. Estas dos cuestiones entrelazadas eran la base para que un sector de la clase asalariada accediese al Poder, dentro de la democracia capitalista. Desde ese momento y durante tres décadas hay una alianza estable entre el gran capital y el resto de los sectores ya mentados, que se resumen gráficamente en los pactos de la Moncloa y de Toledo. Con el acceso a ministerios de cargos sindicales y con el paso de éstos, cual parlamentarios, de la esfera pública a la privada para recibir recompensa por sus servicios prestados.
Hoy el escenario se muestra distinto. La burguesía necesita “soltar lastre” para tener más poder y abaratar, con más facilidad, la fuerza de trabajo. Con una clase obrera desprovista de sus instrumentos de lucha y con una aristocracia obrera sin la suficiente base, ni económica ni política, para ofrecerse a la burguesía como fuerza de contención, el capital no necesita el elevado número de vendeobreros que durante estos años ha tenido en sus organismos de gestión política y administrativa. El sindicalismo mayoritario, convertido hace mucho al parasitismo capitalista pierde su máscara de actor social, descubriéndose lo que ya sabía cualquier proletario que en su vida laboral se haya topado con ellos: que estos representantes de la podredumbre del sistema capitalista son incapaces de hacer algo distinto que no sea intentar salvar su condición de paniaguados, que excede con creces (a través del salario diferido) a la “burocracia sindical” a la que limitan su crítica el revisionismo y el oportunismo.

La ofensiva del capital y la clase obrera

Ante esta situación la mayoría del movimiento obrero y alternativo trata de construir un bloque de referencia para la clase, siempre, aunque en distinto modo, a través de un sindicalismo “verdaderamente combativo” que lleve la lucha sindical de los despachos a la calle, recorriendo hacia atrás el camino que el sindicalismo ha recorrido a lo largo de la historia. Se intenta, en definitiva, conformar un proyecto político que luche contra los recortes y lleve al sindicalismo a ser lo que fue en otro período.
Pero hay que entender el sindicalismo, no como simple actividad sindical sino como línea política consistente en ir agregando los distintos problemas que asolan a la clase obrera (paro, pobreza, exclusión, vivienda, racismo, etc.) a una especie de tablero de reformas en donde la solución de cada cuestión se encuentra compartimentada. El sindicalismo es aquella propuesta política que encierra a los trabajadores en el tira y afloja con el patrón y con el Estado burgués: más salario, más derechos sociales, más reparto justo… que en el siguiente reajuste del capital volverán a ser barridos para que empecemos de cero, pues son solo concesiones temporales que el capital se ve obligado a realizar en un contexto de ascenso de las luchas populares. Pero estas luchas, por más que estén dinamizadas por “revolucionarios” y se pretendan para, con buenas intenciones, “acumular fuerzas”, no sirven más que para plantear a la clase dominante una revisión de sus políticas para con los trabajadores Y no otorgan a la clase obrera una conciencia revolucionaria que eleve al movimiento sobre la mera resistencia a los envites del capital monopolista, para lo que ni siquiera están sirviendo. Si acaso ayudan al “anticapitalismo” existente a ponerse en la cola de la aristocracia obrera y ser vehículo de la ideología burguesa entre los trabajadores. 
Para crear conciencia revolucionaria entre las amplias masas obreras, es decir para construir el movimiento revolucionario, es necesario, en primer lugar, que reconstituyamos la ideología de la clase obrera, pues si no hay teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Es decir, si no se tiene en cuenta la experiencia histórica de la clase obrera y no se lucha contra las bases teóricas del reformismo que supura al movimiento obrero y las luchas espontáneas, recolocando al comunismo revolucionario en la vanguardia ideológica de la clase obrera, es imposible desarrollar una línea general sobre las tareas de la Revolución. Solo con el desarrollo consciente de esta labor es como podrá ponerse en pie el movimiento revolucionario organizado que a través de la ejecución de programa político ponga en práctica la transformación de las condiciones de vida de los trabajadores, unificando esa conciencia revolucionaria con el movimiento de masas, entendiendo este conjunto organizativo proletario como Partido Comunista. Y su constitución implica un largo proceso que (siendo realistas y no dejándonos llevar por los distintos movimientos espontáneos que tan pronto aparecen como desaparecen, que están accionados por la política que sigue el capital o que, directamente, representan intereses distintos a los del proletariado) choca radicalmente con las medidas cortoplacistas e infantiles que esgrime el oportunismo, se vista de rojo o de anarconsindical, que no logra salir de esas inercias sindicalistas que son las que precisamente han despojado al proletariado de sus organismos de combate que a lo largo del siglo XX hicieron temblar el poder internacional de la burguesía. Unas lógicas reformistas en donde lo que se llama “revolución” (o “proyecto constituyente”, a gusto del consumidor) no es más que una componenda con amplios sectores de la clase dominante a través de la cual se repartiría justamente la riqueza social entre capitalistas y trabajadores. Toman el Estado en abstracto y no como un instrumento de una determinada clase.
Tal es así que incluso se habla, con bastante ligereza, de construir, “poder popular” o “contrapoder”, pero eso sí, limitando ese poder del pueblo a ser el espíritu ético de la burguesía (salvo algún “oligarca” a nacionalizar) a la que se hará entrar en razón a golpe de los decretazos impuestos por el Estado… ¡de los propios capitalistas!. El mismo Estado diseñado exclusivamente para aplastar a la clase obrera en la producción o para expulsarla de la misma, para dejarla sin hogar e ilegalizar sus organizaciones, para limitar el derecho a manifestación y encarcelar a los más conscientes o para pisotear los derechos nacionales de los pueblos.
Porque desde el punto de vista de la Revolución Socialista, “poder popular” no puede ser una consigna vacía que se grite en aras de captar más votos en unas elecciones en las que la burguesía reparte su poder. Poder Revolucionario significa instituciones nuevas, creadas por y para la clase obrera y cuya tarea primordial es luchar contra las instituciones del Estado capitalista edificando el programa emancipatorio del proletariado. La Revolución no es un problema de dirección, sino de construcción. No puede pretenderse que la revolución consista en agazaparse tras los movimientos espontáneos, perdidos en la conciencia sindical, para soltarles un par de consignas que los radicalice y los lleve a la “insurrección”. Si el poder burgués es la alianza de las facciones del capital para ejecutar su programa político (sus intereses de clase) el Poder proletario ha de ser la unión de la clase obrera ejecutando su programa revolucionario. Aquí no existen subterfugios.
El programa de acción que se crea de enraizar la ideología revolucionaria, depurada de oportunismo, con las masas proletarias a través del Partido Comunista, solo puede tomar tierra con la sucesiva edificación del Poder popular que solo puede significar, para la clase obrera, confrontación de la dictadura del capital con la democracia de los trabajadores, con la dictadura revolucionaria del proletariado. Observarlo de otro modo es, simple y llanamente, inducir a la clase obrera por el camino del pacto social, de la transacción mercantil entre intereses políticos que le son ajenos y que no proponen, más allá de las formas, nada que se aleje un solo ápice de la democracia burguesa, de la dictadura del capital.


"El capitalismo es un sistema imposible de reformar. La tarea histórica del proletariado moderno es destruirlo, no reformarlo“
V.I. Lenin

Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
Noviembre 2012